*Por Alejandro Rojo Vivot, miembro de AVINA | “Los gobiernos son velas, el pueblo, el viento; el Estado, la nave y el tiempo, el mar” (Baruch Löb Schlesinger (1742–1804).) |
¿Somos democráticos en nuestra conducta diaria? ¿Cómo actuamos en los conflictos ya sean en el vecindario, lugar de trabajo, espacios deportivos, transportes públicos, en la vía pública, etcétera? ¿La transparencia que exigimos a los demás la practicamos también como un valor inexcusable? ¿Buscamos velar la mayor cantidad de cuestiones en el específico derecho a la intimidad, solamente para guarnecernos evitando traslucir lo público de lo privado? ¿Cumplimos con las normas y exigimos lo mismo de los demás? ¿Ejercemos y alentamos la convivencia simétrica en los ambientes donde nos desarrollamos? ¿Fundamos nuestras opiniones cuando las expresamos a otros y escuchamos los demás puntos de vista procurando comprenderlos, aunque lejos estemos de adherir a los mismos? ¿Somos capaces de recocer oportunamente nuestros errores? ¿Mantenemos los acuerdos hasta que finalizan o sean revisados por los que participaron en la decisión anterior? ¿Estamos plenamente convencidos de que la autoridad y la legitimidad son dos cuestiones bien distintas y estrechamente necesarias? ¿Suponemos que consultar menoscaba la responsabilidad de conducir? ¿Callamos complacientemente? ¿Reconocemos el valor del derecho humano de expresar las opiniones?
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La libertad individual es un derecho fundamental, encuadrado específicamente en la Declaración Universal de Derechos Humanos. [2] La historia registra muy bien todo lo que costó que algunos, con mucho poder, lo aceptaran cabalmente aunque, a veces, en el siglo XXI sigue habiendo arteros esfuerzos por menoscabarla restringiéndola en todo lo posible.
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