Por Carlos Solero
Mario Benedetti ha muerto. ¿Es posible afirmarlo sin conmovernos, sin interrogarnos?
Cuando la literatura logra expresar los sentimientos humanos con ternura, firmeza, profundidad, haciéndose parte de la vida misma se justifica y nos redime.
En estos tiempos, muchas veces incomprensibles e insondables debemos ahora sumar a las soledades ya existentes una más, la de un poeta. La de un hombre comprometido con su tierra y su gente, nosotros los ciudadanos del mundo.
Los latinoamericanos sabemos de sobra que los poetas perturban con sus palabras, punzan nuestros sentidos y esto es bueno, pulsan las cuerdas y las tensan haciendo que las multitudes incorporen a sus luchas y dolores el canto, el canto-testimonio.
Muchas generaciones de mujeres y hombres de este continente mestizo adquirimos conciencia social por la vivencia y la palabra, y los poetas Jaime Dávalos, Tejada Gómez, Yupanqui y por sobre todo Mario Banedetti nos acompañaron desde la pérdida de la inocencia hacia la madurez plena con sus voces, sus libros, sus gritos y silencios.
El se preguntaba: “¿por qué cantamos? Y respondía “porque somos militantes de la vida, y porque no queremos, ni podemos dejar que la canción se haga ceniza.”
Allí están sus cuentos de Montevideanos, La muerte y otras sorpresas, las novelas como La tregua, Gracias por el fuego, El cumpleaños de Juan Angel, Los poemas de la oficina, Los poemas de Otros y tantas otras páginas que nos reflejan que nos interpelan.
Acaso ahora que ya no es materia, sin dudas permanezca en cada uno de nosotros con sus palabras vibrantes, tenues, fuertes, profundas, palabras simples, hablando de lo único que en definitiva importa, las vidas, la vida.